Agua bendita... (continuación)
Una infusión de tilo y valeriana con corteza de
amansaguapos fué lo indicado por Doña Mercedes (la siempre diligente
vecina de al lado) para calmar a la encolerizada Astrid. No hubo
infusión ni rama que la calmara, sólo sucedió el milagro cuando Ernesto
cruzó la puerta. Una mirada mágica, de esas que te cuentan un amor de
mil años en un segundo, de esas que solía regalarle Ernesto, fué
suficiente para domar a aquella fierecilla, eso y el anillo, claro
está... ¿El agua bendita? eso quedó para las flores...
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El Hatillo |
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