Aquella mañana, Fernanda había despertado con el amargo sabor de la mala noticia, no fué seleccionada para participar en el ballet de Primavera y se escurrió de la fila para ir a esconderse en el ivernadero. LLoró, lloró y lloró, mientras balbuceaba erraticamente palabras que escapaban en su desasosiego y fué así como las orejas que crecen en el jardín escucharon sus secretos. Fueron ellas, las flores que son orejas, las que le regalaron el "aroma para dormir" a Fernanda, y bailó como nunca antes en aquel sueño que le devolvió la sonrisa.
Altamira, Caracas
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